Agroforestería y cambio climático

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El término agroforestería hace referencia a sistemas productivos que integran árboles y cultivos, o árboles y pastos en la misma parcela. Pareciera que es un invento moderno, pero estos sistemas se llevan utilizando desde la antigüedad y, hoy en día, existe una gran diversidad de estos que varían composición, estructura y funcionalidad. Actualmente cubren alrededor de 1.000 millones de hectáreas y contribuyen a los medios de vida de más de 900 millones de personas.

Si los clasificamos según sus componentes, existen tres tipos: aquellos que unen silvicultura con cultivos agrícolas (agrosilvicultura), los que juntan silvicultura con usos ganaderos (silvopastoril) y los que unen estos tres componentes a la vez (agrosilvopastoril). Algunos ejemplos de agroforestería son las cortinas rompevientos, explotaciones agrícolas donde se plantan lindes de especies arbustivas y arbóreas con un gradiente altitudinal para mitigar el impacto de las corrientes de viento sobre los cultivos; los cultivos en callejones, donde se alternan cultivos agrícolas con cultivos de árboles frutales o de aprovechamiento maderero en forma de franjas longitudinales; o las dehesas, sistemas bien conocidos en la Península Ibérica desde hace siglos en los que se aprovecha la producción de pasto y bellotas para la alimentación del ganado, además de un uso maderero ocasional.

Este tipo de explotaciones donde se añaden especies arbóreas, suponen una gran cantidad de ventajas para el productor y el medioambiente por las cuales han sido alabados como sistemas ecológicamente sostenibles y que propician el desarrollo de zonas rurales. Sin embargo, y como en todo, hay inconvenientes. Son sistemas donde se necesita un conocimiento técnico amplio para el diseño de estos, no todas las especies tienen los mismos efectos y, en función de la densidad y la disposición de los árboles, puede haber competencia por los nutrientes y el agua entre las especies. Normalmente es más complicada la mecanización del trabajo en estas producciones y suelen funcionar mejor a pequeña y mediana escala, para autoconsumo y venta local. No obstante, los efectos positivos suelen suplir lo anteriormente mencionado y parece ser rentable dar el paso a este tipo de sistemas.

Haciendo un breve resumen de las ventajas que obtendremos, lo que más llama la atención es la protección y mejora de calidad que se obtiene en el suelo gracias a la presencia de árboles. Estos, mediante el sistema radicular, mejoran la estructura del suelo evitando su compactación, aireándolo y reduciendo procesos erosivos por escorrentía superficial. Participan en los ciclos de nutrientes fijando estos al suelo, recuperando minerales de las capas más profundas a las que las raíces de cultivos agrícolas no llegan y aportando materia orgánica de forma continua con las hojas y ramas que caen. Todo esto reduce la necesidad de fertilizantes gracias a un aporte de inputs que se mantiene en el tiempo de forma constante y que, además, mejora la capacidad de retención de agua del suelo.

El aumento de biodiversidad que supone la implantación de estos sistemas genera una población más sana y variada de polinizadores, mayor presencia de especies que funcionan como control biológico de plagas y poblaciones de especies coprófagas que, junto a un uso ganadero adecuado, provocan un mejor aprovechamiento de los excrementos animales. Esto es gracias a que la degradación se produce más rápida y eficazmente, perdiendo menos nutrientes que si se decidiesen compostar.

Además del aporte de abono, el ganado dispersa semillas de forma natural y, aparte de tener un aporte alimenticio, encuentran zonas de protección frente a climas de temperaturas extremas o que fluctúan a lo largo del día. Pero esto no sólo se aplica al ganado, los microclimas que se generan en estos sistemas son beneficiosos para los cultivos ya que disminuyen los cambios bruscos de temperatura y suelen ser más resilientes frente a sucesos extremos ocasionales como pueden ser lluvias torrenciales, sequías o vendavales.

El descenso en la producción de los cultivos es uno de los argumentos más utilizados por los detractores de estos métodos. Un estudio que investiga los efectos del nogal (Juglans regia) en las características del suelo, diversidad de artrópodos y rendimiento de los cultivos en sistemas agroforestales (Pardon P., et al., 2019), muestra cómo; en efecto, la productividad de los cultivos que estudiaron (dos variedades de trigo, cebada, remolacha azucarera y triticale) disminuía en las zonas más cercanas a los árboles y el efecto iba siendo más pequeño a medida que te alejabas de estos. Sin embargo, debido a la mayor acumulación de nutrientes que encontraron en las proximidades de los árboles, se vio que los cultivos adyacentes tenían mayores concentraciones proteicas aumentando así su calidad.

Las ventajas sociales también están presentes, la diversificación de productos implica una economía más estable para los productores, ya que no dependen de un solo recurso, y la posibilidad de generar ingresos a lo largo del año y no estar ligados a una temporada exclusiva.

Entre todas las ventajas que hemos mencionado anteriormente, hay multitud de ellas que tienen relación con el cambio climático y que ayudan a mitigar los impactos que las producciones agrícolas tienen sobre este. Lo más relevante es el papel que tienen las especies arbóreas como sumideros de CO2, utilizándolo durante su crecimiento y fijándolo en el suelo a lo largo de toda su vida. Hay multitud de estudios relativos a este tema en distintos modelos de agroforestería y en diferentes zonas climáticas, se estima que pueden llegar a almacenar de 0.29 a 15.21 Mg ha-1año-1 en las capas superficiales de suelo y de 30 a 300 Mg ha-1año-1 a partir de un metro de profundidad (Nair P.K.R., et al., 2010).
Esto, como ya hemos mencionado, dependerá principalmente de las especies y de la climatología. Pero junto a los ahorros energéticos de producción y transporte de abonos, el menor gasto de agua, mayor resistencia a cambios meteorológicos bruscos, etc., los hace sistemas ideales, no sólo para minimizar los daños derivados del cambio climático, sino también para reducir nuestra contribución al mismo. Son modelos que intentan combinar las ventajas de los ecosistemas naturales y las relaciones que en ellos existen, a la vez que se saca beneficio de los recursos con un aprovechamiento espacial tanto horizontal como vertical.

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