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Aún faltan unas semanas para que empiece mi temporada de recolección de naranjas y mandarinas que me ocupará más de seis meses y en los que el trabajo de muchos días se materializa en cajones llenos de piezas de fruta.
Estas son semanas de preparación de la cosecha, planificación de personal y material, supervisión del estado de la la fruta, vigilancia de la presencia de plagas, etc.
Pero tristemente en estos días además tengo que realizar otra tarea: Llenar esos cajones con otro tipo de piezas. No crecen espontáneamente en el suelo ni son consecuencia de alguna planta silvestre como a veces sucede entre campos de naranjos. Se trata de basura. Objetos de toda índole y composición que aparecen desperdigados por todo el terreno.
Fruto de un conjunto de carencias más preocupantes y vergonzantes del ser humano: la desidia, la falta de educación y el incivismo.
En una hora he recogido dos de esos cajones que normalmente se llenan de naranjas y que he destinado como improvisados cubos de basura. Y me he quedado corto en en mis previsiones ya que aún quedan muchos objetos por recoger y que tendré que seguir realizando.
Es una labor que tengo que hacer periódicamente, que llevo realizando desde hace años y que, ojalá me equivoque, tendré que seguir haciendo en el futuro.
Una cosecha compuesta de todo tipo de objetos, donde predominan latas de bebida, mascarillas, envases…Pero también hay objetos que otras personas que trabajan en el campo han arrojado: envases de productos fitosanitarios, sacos de abono o guantes y otros utensilios.
Esto me deja especialmente desolado ya que esa gente no representa a los agricultores. Personas que amamos y cuidamos la tierra, que sabemos que si queremos cultivar y obtener buenas cosechas necesitamos de un suelo en condiciones y con la menor contaminación posible.
Además del coste moral mencionado tenemos el coste medioambiental que ello supone. Esta parcela en las que estoy limpiando basura tiene un tamaño de unos trescientos metros cuadrados. Es una parcela pequeña y en una hora he recolectado 10 kilos de residuos. Me da escalofríos el hacer un cálculo rápido de la cantidad de toneladas que habrá esparcidas a lo largo de los campos que me rodean y que poco a poco contaminan los suelos.
Materiales plásticos, metales pesados que poco a poco irán integrándose en el suelo dificultando la presencia de flora y fauna y formando un terreno yermo, en donde los que los cultivos no tienen condiciones favorables para desarrollarse adecuadamente. Una descomposición lenta pero implacable que va invadiendo terrenos y que algunos llaman de una forma sarcástica basuraleza.
Sin olvidarnos que al irse enterrando parecen que no se ven, pero están ahí. Y también llegan a los acuíferos, y de ahí al mar, generando imágenes que tristemente estamos acostumbrados a ver en nuestro país.
También se produce un coste económico. Entre las múltiples tareas que un agricultor tiene que realizar para producir alimentos no debería estar la de tener que dedicarle horas a limpiar su oficina de desechos que otros tiran. En ninguna de las decenas de seminarios o cursos a los que he atendido sobre producción agrícola nunca se ha mencionado este tema. Unas labores que conllevan sobrecostes que dificultan más si cabe la supervivencia del sector. Para poder obtener determinadas certificaciones de calidad sí que se evalúan la limpieza y el mantenimiento de la parcela.
Se puede vender la sostenibilidad en grandes discursos, propaganda mediática, rótulos decorados, pero si esta palabra no cala realmente en la actitud diaria de las personas todo quedará en saco roto.
Para poder realizar una agricultura más sostenible, los agricultores necesitamos el apoyo de la sociedad. Muchas veces nos quejamos y reivindicamos las decisiones políticas que nos afectan pero hemos de empezar por nuestro entorno más cercano. Educar a nuestros niños, corregir al adulto, lecciones cotidianas para las que no hace falta anuncios ni campañas publicitarias.
A veces he visto y participado en campañas de limpieza de cauces de río o entornos naturales. Es muy valorable y destacable esta labor, muchas veces voluntaria de la gente. Es una forma también de enseñar en primera persona a niños y jóvenes de la importancia de mantener los entornos naturales limpios.
Que la acción de cosechar en el campo sea lo que realmente significa.