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Repasamos algunos de los títulos que más éxito han cosechado y más han dado que hablar en los últimos tiempos sobre nuevas perspectivas rurales. Desde ‘La España Vacía’ de Sergio del Molino a ‘Los últimos’ de Paco Cerdà y ‘Tierra de Mujeres’ de María Sánchez.
La España rural está de moda. Libros de éxito, documentales y hasta políticos se han acercado en los últimos meses a ese mundo que agoniza pero, contra todo pronóstico, sigue tan vivo como desorientado; luchando por mantener sus orígenes sin perder calidad de vida, pero también sin perder un tren del progreso que, paradójicamente, es decididamente urbano.
Asegura Julio Llamazares que Los últimos (Pepitas de calabaza, 2017), el libro revelación de Paco Cerdà, es un viaje al corazón de las tinieblas, solo que a las tinieblas del corazón de España. Más exactamente, a las tinieblas de ese corazón olvidado y roto, viejo, pausado, que hemos dado en llamar mundo rural; y lo enfrentamos, ¡ay idiotas!, al corazón sin corazón del mundo urbano, moderno, joven, estresado, individualista, ferozmente competitivo, ferozmente desalmado. ¿Puede haber algo peor que un corazón sin alma? Esa alma es (o era) el mundo rural, quien da (o daba) de comer al mundo urbano alimentándolo de nutrientes e historias, verdaderas raíces de todo paisaje interior.
La globalización nos ha desenraizado a unos y a otros. Los urbanos, abandonados en una selva de ladrillo y hormigón grisáceo. Los rurales, abandonados en un desierto de silencio y olvido. El viaje de Cerdà por la España despoblada, la llamada Laponia del sur o Serranía Celtibérica, es un viaje a la desolación. En su interior (sobre)viven menos de ocho habitantes por kilómetro cuadrado, cien veces menos que en Madrid. Sus voces están cargadas de resignación. Como la de Josefina, 77 años, vecina de Castielfabib (Valencia): “La gente va donde le dan la teta, y esto me parece que no tiene futuro. No sé qué futuro puede haber aquí”. Su pregunta se la lleva el viento. Son últimos robinsones que resisten en poblaciones semivacías sin que nadie se acuerde de ellos. Rostro humano de la despoblación.
El libro de Cerdà puede entenderse como una continuidad al que un año antes publicó Sergio del Molino y que ha dado nombre a esa Laponia de desolación: La España vacía (Turner, 2016). Lleva ya 14 ediciones y más de 150.000 lectores, algo impensable para un ensayo. Comienza analizando los porqués de la creciente animadversión entre el campo y la ciudad, el rechazo a los otros. Los primeros se niegan a ser una postal de vacaciones. Los segundos se niegan a que esa postal se estropee con “cosas de ciudad” como calles asfaltadas, farolas, fábricas y contenedores de basura. No nos damos cuenta los segundos de que sin los primeros no somos nada, que sin vida real no hay pueblos bonitos, tan solo terroríficos decorados turísticos de fin de semana.
Nuevas narrativas rurales
Nuevos libros se han unido a este relato descarnado del mundo rural. Podríamos ver como antecedentes la desasosegante Intemperie (Seix Barral, 2013) de Jesús Carrasco, a la que siguieron los neorrurales en su intimidad de Por si se va la luz, de Lara Moreno (Lumen, 2013), y también Alabanza de aldea, de Adolfo García (KRK Ediciones, 2016). Más recientemente, destaca el viaje a través de la memoria de Emilio Gancedo en Palabras mayores (Pepitas de calabaza, 2017), paisaje de paisajes hechos a puntadas de largas charlas. Alejandro López Andrada, en El viento derruido (Almuzara, 2017), rinde poético tributo a un mundo en trance de extinción. “Etnocidio con rostro amable” denomina a esta España vaciada Marc Badal en Vidas a la intemperie (Pepitas de calabaza, 2018), recopilación de nostalgias y prejuicios sobre los pequeños mundos de un cosmos campesino decididamente perdido.
Quién te cerrará los ojos, de Virginia Mendoza (Libros del K.O., 2017), retrata a los que se quedaron en el pueblo cuando todos sus vecinos se fueron a las ciudades, pero también a los que abandonaron la ciudad y se fueron ilusionados a vivir al campo. La vuelta a las raíces, familiares, culturales, rurales, nos las descubre un intimista Hasier Larretxea en El lenguaje de los bosques (Espasa, 2018), mientras que Emilio Barco en Donde viven los caracoles (Pepitas de calabaza, 2019) prefiere recopilar las reflexiones de paisajes y paisanajes, sabedor de que son las últimas. 10 ediciones y 50.000 ejemplares lleva Los asquerosos, de Santiago Lorenzo (Blackie Books, 2018), una versión de Robinson Crusoe ambientada en la España vacía, fugado de la justicia a un pueblo perdido donde descubrirá que cuanto menos se tiene, menos se necesita.
Leyendo y releyendo esta nueva literatura rural da la impresión de que todo está perdido, de que, como sentencia Paco Cerdà, “o te mueres o te vas”. ¿De verdad está todo perdido? ¿Ya no es posible sobrevivir en el campo sin sufrir graves trastornos de identidad?
Otro mundo rural es posible
Pongamos fin a los derrotismos. Claro que se puede vivir, y muy bien, en el campo. La respuesta es afirmativa, contundente, femenina, feminista y ecologista, como puede comprobar cualquiera que se pasee por los pueblos de España y conozca proyectos innovadores (bodegas, queserías, ganaderías, huertos, restaurantes, museos, tiendas on line, casas rurales, asociaciones) dirigidos por entusiastas mujeres que se formaron en las ciudades y regresaron a sus aldeas con ganas de comerse desde allí el mundo de los de aquí. Y lo están logrando.
Ejemplo de este nuevo relato, tan importante y orientador, es Tierra de mujeres (Seix Barral, 2019), un ensayo en primera persona sobre la realidad de las mujeres en el campo que borda con inteligencia y mucha poesía la polifacética María Sánchez. Una mirada nueva y femenina al mundo rural. Pocas personas como ella para romper con tanto pesimismo de territorios vacíos, para dar voz a la gente joven que allí vive y sueña, para dar visibilidad a ese mundo que tanto nos interesa y necesitamos. Pues claro que se puede vivir bien en un pueblo. El libro de Sánchez es buena prueba de ello. Orgullo, iniciativa y también conmiseración hacia esos de ciudad que no saben lo que se pierden. “No todo el mundo puede volver a un trocito de tierra y doblarse la falda para recoger los alimentos del huerto”, reconoce María Sánchez en su libro.
Añade a ello un decidido compromiso feminista, exigiendo voz para ella y las otras mujeres del campo, silenciadas durante demasiado tiempo, hermanas de hijos únicos donde solo el hombre tenía visibilidad.
María Sánchez es la tercera generación de veterinarios rurales. Su abuelo y su padre lo fueron. Pero ella es la primera veterinaria de la familia, la primera mujer destacada en un mundo de hombres. Procede de una saga ligada a la tierra y a los animales, a la ganadería extensiva, a los alcornoques, encinas y olivos, donde los hombres eran el referente y las mujeres apenas una sombra. Pero eso ha cambiado. Ella, como otras muchas, lo están cambiando.
En su magnífico, delicioso libro, María Sánchez lo explica perfectamente: “Nuestro medio rural necesita otras manos que lo escriban, unas que no pretendan rescatarlo ni ubicarlo. Unas que sepan de la solana y de la umbría, de la luz y la sombra. De lo que se escucha y lo que se intuye. De lo que tiembla y lo que no se nombra. Una narrativa que descanse en las huellas. En las huellas de todas esas que se rompieron las alpargatas pisando y trabajando, a la sombra, sin hacer ruido, y que siguen solas, esperando que alguien las reconozca y comience a nombrarlas para existir”. No se puede decir más claro. Ni tampoco mejor.
Redacción: César-Javier Palacios / El ASOMBRARIO
www.elasombrario.com
Imagen: Maira Gallardo