La bioeconomía, una nueva herramienta para el desarrollo sostenible

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A pesar del esfuerzos de mucha gente y de las nobles iniciativas – como los objetivos del milenio o la Agenda 2030– el tema del hambre en el mundo no parece que vayamos camino de solucionarlo, al menos si hacemos caso del último informe de la ONU. La inseguridad alimentaria, el crecimiento de la población mundial, el cambio climático y la necesidad de proteger el medio ambiente siguen siendo los principales desafíos a los que se enfrenta la humanidad.

Frente a estos desafíos, en las últimas décadas se ha ido desarrollando poco a poco el concepto de Bioeconomía, en un proceso en el que Alemania ha mantenido un importante liderazgo: el Ministerio de Alimentación y Agricultura (BMEL) ha aportado fondos a la FAO para que se comience a trabajar en las Directrices para una Bioeconomía Sostenible y su capital, Berlín ha acogido ya dos ediciones de la Cumbre Internacional de Bioeconomía.

Pero, ¿ En qué consiste eso de la Bioeconomía? Resumiendo mucho, sería una nueva manera de organizar la economía de manera que el crecimiento se combine con la sostenibilidad ecológica. Entrando más en detalle, puede definirse como la producción y utilización de recursos biológicos para proporcionar bienes y servicios en todos los sectores económicos.

La idea más evidente es la de aprovechar lo vivo, la biomasa, para obtener combustibles o materias primas, en contraste con la economía convencional basada en el uso de fuentes de energía y materias primas no renovables. Esto lleva haciéndose desde hace un tiempo: las calderas de calefacción alimentadas con huesos de aceituna o el cultivo de maíz, soja colza o incluso palma para fabricar biodiesel, son dos buenos ejemplos.

Pero existe el riesgo de que, según vaya la bioeconomía jugando un papel cada vez más importante en el funcionamiento de muchos países y regiones, se generen impactos negativos. El principal problema, ya identificado, es que se desplacen recursos originalmente destinados a la producción de alimentos para obtener otros bienes y servicios con los que se obtiene un mayor beneficio económico directo, como sería el caso del biodiesel. Por esta razón, es crucial establecer una serie de líneas o directrices que aseguren que esta nueva bioeconomía se desarrolla de una manera verdaderamente sostenible.

Un buen ejemplo de bioeconomía que sí puede llevar el apellido de «sostenible» es el tratamiento de purines de vaca o cerdo, para obtener biogás y fertilizantes. Los purines incluso se pueden mezclar con subproductos de la industria agroalimentaria de lo más variado (comida de perro, cáscara de cacao o almendra…) para mejorar la producción de biogás, tal como comprobé recientemente en una visita a una granja holandesa.

Sin embargo, los expertos coinciden en decir que la bioeconomía es mucho más que economía circular. Es un concepto más amplio que supone en primer lugar utilizar mejor lo que ya tenemos – que avance a la vez en la seguridad alimentaria y la sustitución progresiva de los combustibles fósiles en los que se basa la economía actual – y en segundo lugar aprender a utilizar bien, lo que aún no utilizamos, lo cual implicaría, descubrir el tremendo potencial de mares y océanos.

Allí viven las microalgas, organismos vivos que han demostrado una tremenda versatilidad al ser cultivados en circuitos cerrados, suplementados con nitrógeno y fosfatos como nutrientes y expuestos a la luz solar. En estas condiciones son capaces de generar cinco veces más biomasa que los cultivos energéticos clásicos.

En las instalaciones de cultivo de microalgas asociadas a la Universidad de Wageningen en Holanda (centro puntero de investigación que también trabaja en innovación aplicada a la bioeconomía), se ha podido comprobar además que estas algas producen una gran cantidad de diferentes sustancias grasas que pueden reemplazar los aceites de pescado, utilizarse para elaborar jabones o margarina, e incluso convertirse en biodiesel; todo ello con unos costes de producción que cada vez se van aproximando a su principal, e insostenible, competidor, el aceite de palma. Se ha calculado que una superficie de cultivo de estas algas de 9.5 millones de hectáreas ( aproximadamente el tamaño de Portugal) sería suficiente para proporcionar todo el combustible para el transporte de los 26 Estados Miembros de la Unión Europea. Y todo esto, mientras van tomando CO2 directamente de la atmosfera. Como para no tomarse en serio esto de la bioeconomía, ¿no os parece?.

Redacción: Caridad Calero

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