Apadrina a un pueblo. La despoblación del medio rural
Posiblemente recordareis la expresión «un pueblito bueno», en el que una conocida marca de refrescos hacía el paripé de buscar pueblos para que la gente de ciudad pudiera tener uno al que ir en vacaciones. Un buen ejemplo de cómo la publicidad y los medios de comunicación dan una imagen muy distorsionada, a menudo idealizada, del medio rural.
Hace ya bastante tiempo padres y abuelos se alejaron de los pueblos donde nacieron, en busca de un futuro que allí no tenían o, si existía, suponía seguir con la pobre y esforzada dura vida del campo.
Y así, poco a poco, los pueblos fueron perdiendo habitantes, y con ellos se fueron perdiendo los distintos servicios que hacían posible una vida normal. Sin jóvenes no hay niños, y sin niños no hay ni alegría ni escuela, uno de los servicios que más se citan al hablar de despoblación rural.
Cuando quedan pocos habitantes, cada vez más mayores y dispersos en pequeños pueblos dejan de ser rentables muchos servicios: el transporte público, las gasolineras, las sucursales bancarias, el ambulatorio o la oficina del paro, la red de telefonía, el servicio de correos, un simple supermercado o un kiosco de prensa.
Esta es la realidad de unos 1.300 pueblos que van camino de desaparecer, y la de cerca de 3.000 que ya quedaron vacíos. La mayoría situados en la llamada «Serranía Celtibérica», que comprende regiones de Aragón, Castilla- La Mancha, Castilla y León, Navarra y La Rioja, y que, junto con Laponia, son los únicos territorios de Europa con menos de 8 habitantes por kilómetro cuadrado.
El día a día de estos abuelos que se resisten a abandonar el pueblo, del que vuelve buscando sus raíces o de los «forasteros» en busca de una nueva vida no es nada fácil: los niños apenas tienen con quien jugar, y los abuelos casi nadie con quien hablar, si se ponen enfermos hay que llevarlos en coche al hospital más cercano, el médico se comparte con varios pueblos y sólo viene uno o dos días en semana, la lista de la compra se reduce a lo que lleve la furgoneta de reparto o la única tienda del pueblo, hacer una gestión es casi tarea imposible sin coche o acceso a Internet, y para entretenerte queda un solo bar, que comparte espacio con la biblioteca, el despacho del alcalde o incluso la consulta del médico…todo sea por ahorrar calefacción. Al menos, dirán algunos, les queda disfrutar de unos preciosos paisajes.
Pero estos habitantes también forman parte de nuestro país, pagan sus impuestos y son imprescindibles en la custodia del territorio y la conservación de parte de nuestro patrimonio e identidad cultural. Sin embargo, se sienten ciudadanos de segunda, abandonados por las administraciones y expulsados de una sociedad volcada en las nuevas tecnologías. Demostrémosles que no es así.
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