El campo en la terraza: una pequeña historia

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Todo empezó en navidad, con un regalo educativo para los peques de la casa. Un flamante «kit» con mesa de cultivo, macetitas, sustrato, semillas variadas y un completo manual de instrucciones. Le encontramos un hueco perfecto en la terraza, luminoso y con agua cerca. Según el manual todo parecía muy sencillo. Había que rellenar las macetitas de sustrato, colocar unas cuantas semillas y cubrir con algo más de sustrato, asegurarse de que estuviera siempre húmedo pero sin empaparlo. Y esperar.

Enseguida vi que eso de tener paciencia y regar todos los días un poquito aunque todavía no hubiera plantitas iba a resultar una buena enseñanza para los peques. Y para los adultos también: el ritmo de la naturaleza es tan distinto al de la ciudad, y al de las redes sociales en el que vivimos inmersos, con su obsesión por la inmediatez y la respuesta inmediata. Ese ratito de visita a nuestro pequeño huerto suponía un momento de relax y desconexión.

La espera no fue larga y a los pocos días comenzamos a ver pequeños brotes saliendo de la tierra negra. Poco a poco ese rinconcito se fue llenando de verde. Los niños estaban entusiasmados y enseñaban el mini-huerto urbano a todo el que viniera a casa. Todo iba viento en popa hasta que llegó Semana Santa. Justo al día siguiente salíamos de viaje y no habíamos previsto qué hacer con nuestro huertito. «Siempre llueve en Semana Santa, lo dejamos bien regado y ya está, total, son cuatro días».

Un huerto en casa, en el colegio o en un solar compartido con vecinos, quizás no sea capaz de alimentarnos, pero nos acerca a la naturaleza y al trabajo del agricultor.

Pero resulta que hizo un sol de justicia y a la vuelta nos encontramos un panorama desolador. La mitad de nuestra plantación, demasiado tierna todavía, había muerto achicharrada y la otra estaba realmente mustia. Eran nuestra responsabilidad y les habíamos fallado. Habría que dedicarles tiempo y mimos si queríamos conseguir algún tomate Cherry. Otra lección aprendida. Las tomateras al final respondieron, más por mérito suyo (esta variedad es especialmente dura) que por nuestra habilidad como jardineros, y ya tenemos unos preciosos tomatitos formados, pero totalmente verdes y sin visos de madurar. Otra vez las prisas…

Precisamente ayer en el supermercado vimos esas tarrinas de tomatitos de colores, no precisamente baratas, y nos dió por preguntarnos cosas: ¿cuántos seríamos capaces de conseguir nosotros?,
¿estarán más ricos?, ¿merece la pena todo el trabajo?…y ¿cómo diantre hace el agricultor para producir miles de kilos?. Ciertamente, esto de producir alimentos no es tan fácil como imaginaba.

Tener un pequeño huerto en casa me ha enseñado eso, y muchas cosas más.

 

Redacción: Caridad Calero

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